sábado, 28 de febrero de 2009

En el bar, con Midori

—¿Por qué estás ausente? Ya te lo he preguntado antes.

—Quizá porque aún me cuesta volver a la vida cotidiana —concedí tras reflexionar unos instantes—. Me da la impresión de que éste no es el mundo real. La gente, las escenas que me rodean no me parecen reales.

Midori, acodada sobre la barra, me miró de arriba abajo.

—Esto mismo dice una canción de Jim Morrison.

—«People are strange when you are a stranger», o sea, «la gente es extraña cuando tú eres un extraño».

—¡Cierto! —dijo Midori.

—¡Esto es! —exclamé.

—Me gustaría que me acompañaras a Uruguay. —Midori seguía acodada sobre la barra—. Dejándolo todo: la novia, la familia, la universidad...

—No estaría mal. —Me reí.

—¿No te encantaría dejarlo todo y marcharte a un lugar donde nadie te conociera? A mí, a veces me dan ganas de hacerlo. Unas ganas locas. Así que, si de pronto se te ocurre llevarme lejos, te pariré un montón de bebés fuertes como toros. Y viviremos todos tan felices... Revolcándonos por el suelo.

Volví a reírme y apuré mi segundo vaso de vodka con tónica.

—Aún no tienes ganas de tener bebés fuertes como toros, ¿es eso? —me preguntó Midori.

—No, mujer, tengo curiosidad. Me gustaría saber qué se siente —dije.

—Tranquilo. Si no te apetece, no pasa nada. —Ahora Midori comía pistachos—. Total, estoy bebiendo a primera hora de la tarde y diciendo lo primero que se me pasa por la cabeza. Te insto a que lo dejes todo y te vayas a Uruguay, nada menos. Si allí no hay más que cagajones de burro...

—Tal vez.

—Cagajones por todas partes. Una mierda si estás aquí, una mierda si vas allá. El mundo entero es una mierda. Toma, te doy éste, que está duro. —Midori me dio un pistacho que costaba pelar. Le quité la cascara con esfuerzo—, Pero el domingo pasado me relajé muchísimo. Los dos en el terrado mirando el incendio, bebiendo y cantando. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien. Me presionan por todas partes. En cuanto asomo la cabeza, me dicen esto y lo otro. Al menos, tú no me fuerzas a nada.

—No te conozco lo suficiente.

—¿Quieres decir que, si me conocieras mejor, tú también acabarías presionándome como todos los demás?

—Es posible —dije—. En el mundo real todos vivimos presionándonos los unos a los otros.

—Sí, pero no creo que tú lo hicieras. Yo estas cosas las adivino. En cuanto a presionar y a ser presionado, soy una autoridad. Y tú no eres así. Contigo siento que puedo bajar la guardia. ¿Sabes que en este mundo hay montones de personas a quienes les gusta forzar a los demás a hacer esto y lo otro, y a las que, a su vez, les gusta que las fuercen? Y montan un gran follón con todo esto. Yo te he presionado porque tú me has presionado... Les encanta. Pero a mí no. Yo lo hago porque no me queda otro remedio.

—¿Y a qué cosas fuerzas a los demás? ¿O a qué cosas te fuerzan los demás a ti?

Midori se llevó un cubito de hielo a la boca, que chupó durante un momento.

—¿Quieres conocerme mejor?

—Me gustaría —reconocí.

—Acabo de preguntarte: «¿Quieres conocerme mejor?». ¿No te parece una crueldad responderme como lo has hecho?

—Quiero conocerte mejor, Midori —repetí.

—¿De verdad?

—Sí.

—¿Aunque te den ganas de apartar la mirada?

—¿Tan terrible eres?

—En cierto sentido, sí. —Midori esbozó una mueca—. Quiero otra copa.



Haruki Murakami, "Tokio Blues"

No hay comentarios: