jueves, 15 de julio de 2010

Tarde de domingo

- Definitivamente, eres la persona más rara que conozco.

- En mi familia siempre hemos sido así.- Midori clavó un codo sobre la mesa, reclinando la cabeza.- Desde pequeña, los demás siempre me decían "Midori haz esto", "Midori haz esto otro", "sé una niña buena y mantén tus modales delante de la gente", pero yo siempre iba a mi aire. Si quería algo lo cogía, y punto. Si a alguien le molestaba que yo fuera de una forma o de otra, más razones me daba para rebelarme. Mi padre y mi hermana eran los únicos que me importaban. Y como a ellos esas cosas les daban igual, nunca me preocupé de cambiar.

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Seguimos andando a lo largo de una avenida llena de árboles. Debía haber un parque cerca, porque a nuestro lado pasaban a menudo algunos niños con sus madres, y parejas de novios despreocupadas que paseaban de la mano. Midori parecía pensativa mientras avanzábamos a lo largo de aquel camino. Vista objetivamente, era bastante guapa. Llevaba el pelo corto, y sus rasgos eran suaves y armónicos. Además, tenía unas piernas bonitas y estilizadas que no pasaban desapercibidas para los transeúntes masculinos, quienes siempre echaban una mirada de reojo al pasar junto a nosotros. Probablemente, de haberla conocido en otro momento, me habría interesado más por ella. Pero ahora mismo estaba atado de pies y manos. Naoko absorbía mis pensamientos a lo largo del día, y a veces también por las noches, durante mis sueños. En el último de ellos, aparecía bajo las columnas de un panteón. Yo subía las escaleras para llegar a ella, pero, cuando por fin la alcanzaba, otro rostro me devolvía la mirada. Una persona completamente desconocida me taladraba a través de unos ojos transparentes. Tenía la sensación de conocerla de algo, y parecía que tuviera algo importante que decirme, pero, en cuanto despegaba sus labios, un ruido de despertador amortiguaba sus palabras. Cuando me ocurría, despertaba confuso y desorientado, y permanecía sentado en la cama, y entonces el tiempo se paraba, durante minutos, o segundos, o tal vez horas.

Yo seguía reflexionando sobre todas estas cosas cuando Midori volvió a hablarme.

- ¿Sabes? Ahora que lo pienso, tú no tienes hermanos, ¿no, Watanabe?

- No, soy hijo único.

- A mí me habría gustado saber cómo es. Acaparar todo el cariño de tus padres y familiares, sin tener que compartirlo con nadie.

- La verdad, no te pierdes mucho. Al contrario que tú, de pequeño siempre quise tener un compañero de juegos, a veces me aburría una auténtica barbaridad... Supongo que cada uno quiere aquello que no tiene.

Midori se quedó meditando unos instantes.

- ¿Y qué es lo que quieres tú, Watanabe?-preguntó.

- No lo sé ni yo.- la pregunta de Midori me cogía por sorpresa.- Tal vez lo mismo que todo el mundo, un buen trabajo, una chica bonita, vacaciones en el verano…

- ¡Qué aburrido! Yo no creo que tú seas así.

- Quizá aún no me conozcas lo suficiente.

- Créeme, yo de estos temas entiendo. A mí me parece que lo que la gente quiere en realidad es otra cosa.

- ¿Qué cosa?

- Alguien que esté ahí para siempre. Como las madres, ¿sabes? Alguien con quien puedas contar para lo que sea, que viniera desde la otra punta del mundo, si de veras lo desearas y fuese necesario.

- Es una forma interesante de verlo.

- Mi hermana y yo perdimos a nuestra madre cuando nací yo. Por eso nunca tuvimos a alguien que estuviera ahí siempre, siempre, siempre. Mi padre entró en el hospital, y ahí sigue, con una enfermera sujetándole el pito para que pueda orinar. Nos quedamos las dos solas. Así que, desde pequeñas, nos juramos que ninguna abandonaría jamás a la otra, sin importar lo que pasase, aunque nos casáramos o nos fuéramos a vivir muy, muy lejos.

- ¿Entonces encontraste lo que buscabas?

- Algo así.- Midori agachó la cabeza mientras seguíamos andando.- ¿Y tú, Watanabe? ¿Has encontrado lo que buscabas?

- Es complicado.-respondí. No me apetecía contar la historia completa de Naoko, así que simplifiqué.- Hay una chica, pero ahora mismo las cosas son muy difíciles. La situación es difícil. No sé muy bien lo que ocurrirá en el futuro. La verdad, tampoco quiero pensar en ello.

Continuamos andando a la sombra de los árboles hasta llegar al final de la calle. Una suave brisa nos soplaba en la cara, refrescando nuestros rostros. Cuando doblamos la esquina, tal como había pensado antes, encontramos un parque. Estaba lleno de niños con sus madres, y algunas parejas en los bancos. Aquí y allá veíamos corrillos de amigos que se relajaban en la hierba, sacando partido al sol. Caminamos hasta encontrar un banco y nos sentamos en una zona tranquila, situada junto a una enorme fuente que coronaba el ambiente natural de aquel lugar. Midori no tardó en subirse a la fuente, y comenzó a rodearla andando de puntillas sobre los bordes.

- ¡Ven, Watanabe! ¡Inténtalo tú también!

- Deberías tener cuidado.- la reprendí.- Si te caes desde ahí arriba te vas a hacer daño, y vas a acabar empapada.

- ¡Qué soso eres!- Midori se sentó en el borde de la fuente y, quitándose los zapatos, sumergió los pies en el agua.- ¡Anda ven! ¿Esto no es peligroso, verdad?

Tras agitar la cabeza resignadamente, me levanté y me senté junto a ella.

- Me encanta hacer esto.-dijo mientras empezaba a mover los pies bajo el agua. Los peces huían despavoridos en cuanto los dedos de Midori se acercaban a su territorio.- Cuando era niña y venía con mi padre, siempre me traía aquí para que pudiera remojarme un rato. Y luego, a veces me llevaba al parque de atracciones de Shizuka, que estaba de camino a casa.

- Podríamos ir después si quieres, hoy no tengo planes.

- No, hoy no me apetece.-empezó a chapotear con más fuerza, e intenté calmarla, pero demasiado tarde, con lo que ambos acabamos empapados entre risas y forcejeos. Midori sonrió y me miró radiante de alegría.- ¿Watanabe, me llevas a bailar?