domingo, 25 de enero de 2009

Nunca

"Nunca mires a una puta con luz de día…

Es como mirar una película con la luz encendida, como el cabaret a las diez de la mañana, con los rayos del sol atravesando el polvo que se levanta cuando barres…

Como descubrir que ese poema que te hizo llorar a la noche, al día siguiente apenas te interesa…

Es como sería este puto mundo, si hubiera que soportar las cosas tal como son…

Como descubrir al actor que viste haciendo Hamlet en la cola del pan...

Como el vacío cuando te pagan y no sentís ni siquiera un poquito…como la tristeza cuando te pagan y sentiste por lo menos un poquito…

Como abrir un cajón y descubrir una foto de cuando la puta tenía nueve años…

Como dejarte venir conmigo, sabiendo que cuando se acabe la magia vas a estar con una mujer como yo, en Montevideo…"





-Un whisky por favor.

(Se acerca la muerte.)

-¿Qué pasó? ¿Te llevó a volar y te dejó caer desde lo alto…?
Ay…te advertí que ibas a salir herido.


-Es mejor herido que dormido, como hasta ahora.

-Te gusta sufrir…

-…A veces una herida te recuerda que estás vivo.

Es esto el amor…

¡mi estúpida muerte, es esto…!

Cómo explicártelo, pobrecita, si entendieras eso estarías viva…

(…)

-Su whisky, caballero.

(Oliverio enciende un cigarrillo, sin apartar los ojos de la dama que le lanza furtivas miradas desde su asiento. Toma el whisky con la otra mano y se dirige a la muerte.)

-¡Por la vida!

Sin ofender, ¿eh?




Eliseo Subiela, "El lado oscuro del corazón"

jueves, 22 de enero de 2009

Los pájaros

Hoy no me salen los versos.
Serán los pájaros de ayer
que habrán levantado el vuelo.


Hoy me busco y no me encuentro,
dime cuándo, dime dónde y yo lo intento,
y busco más allá de las palabras,
del terco envejecer de tus esperas,
de la soledad infinita
y hasta del mismo tiempo.


Mirándome en el brillo de un espejo,
mirando el palpitar de la marea,
mirando sin poder ver entre tanto,
la lluvia que se escapa entre mis dedos,
regando tu jardín en primavera.


Hoy no me salen los versos.
Serán los pájaros de ayer…

…que habrán levantado el vuelo.

viernes, 16 de enero de 2009

Mucha marcha

Esta mañana, cuando Ferrín nos ha pedido opiniones sobre el mito protagonista de estos días, se ha levantado un murmullo en el que confusamente se pedía a Maxi hablar de su taberna. Pero Maxi tiene claro que Ferrín no es vacilable, que le bastaría con mover un músculo facial para dejar en ridículo a cualquier alumno camicace. En su lugar, Alberto y Silvia han sido los primeros en entrar al trapo. Sospecho que Ferrín se sirve de ellos para bajar la filosofía del séptimo cielo y ponerla a nuestra altura. Además, Alberto y Silvia hacen declaraciones extremistas que animan siempre el cotarro. Esta mañana han expuesto su opinión sobre la caja tonta y la manipulación periodística. Los que vamos a estudiar Periodismo y Publicidad pensamos de forma diferente y hemos encendido la polémica. Han subido las voces y se han apagado cuando Paula, sentada en primera línea de fuego, se pone en pie y mira hacia atrás:

"Yo creo que si Platón hubiera vivido hoy, en lugar de caverna habría hablado de la movida nocturna. Imagínate un montón de gente que sueña de lunes a viernes con las concentraciones del fin de semana en el Arenal, el Casco Vello o Gran Vía..."

Breve pausa y silencio en la sala.

"Imagínate que el sueño se hace realidad y se meten el viernes y el sábado por la noche en esos pubs. Han entrado, por fin, en el ansiado paraíso de sensaciones fuertes. Mucho alcohol, mucha música y mucha marcha, pero detrás de esa agitación en realidad no hay gran cosa. Es un mundillo fantasmal y cavernícola, y estoy segura de que Platón lo hubiera tomado como ejemplo de su mito."

Paula termina y se sienta entre risas burlonas, gente que asiente o niega con la cabeza, algún silbido, algún amago de aplauso y mil comentarios. Hasta que Maxi pide la palabra y emerge desde un pupitre del fondo. De nuevo, silencio:

"Eres una reprimida, Paula. En Delirio ponen un tecnojevi que lo flipas"

Y se produce un extraño fenómeno: mientras los tíos soltamos la carcajada, ellas hacen causa común y se unen en un abucheo. Ferrín espera a que nos callemos y recuerda a Maxi que aquí estamos para ejercer nuestra libertad de pensamiento y expresión, no para descalificar a nadie. Y Paula ha mirado a Maxi con indulgencia, como si no necesitara la defensa de Ferrín, como una madre que ríe la travesura de un hijo pequeño. Y le ha perdonado la vida.





José Ramón Ayllón, "Vigo es Vivaldi"

domingo, 11 de enero de 2009

La tormenta de arena

"Pienso una vez más en la distancia. El joven llamado Cuervo lanza un suspiro y se presiona los párpados con las yemas de los dedos. Me habla con los ojos cerrados, desde el fondo de las tinieblas.

–Juguemos a lo de siempre –propone.

–De acuerdo –digo. Yo también cierro los ojos y, en silencio, respiro hondo.

–¿Listo? Imagínate una tempestad de arena terrible, terrible de verdad –dice–. Y olvida cualquier otra cosa.

Tal como me ha dicho, imagino una tempestad de arena terrible, terrible de verdad. Y olvido cualquier otra cosa. Incluso quién soy. Me quedo en blanco. Las cosas van aflorando enseguida. Y él y yo las compartimos en el viejo sofá de cuero del estudio de mi padre, como siempre.

–A veces, el destino se parece a una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar –me comenta el joven llamado Cuervo.

A veces, el destino se parece a una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar. Tú cambias de rumbo intentando evitarla. Y entonces la tormenta también cambia de dirección, siguiéndote a ti. Tú vuelves a cambiar de rumbo. Y la tormenta vuelve a cambiar de dirección, como antes. Y esto se repite una y otra vez. Como una danza macabra con la Muerte antes del amanecer. Y la razón es que la tormenta no es algo que venga de lejos y que no guarde relación contigo. Esta tormenta, en definitiva, eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior. Lo único que puedes hacer es resignarte, meterte en ella de cabeza, taparte con fuerza los ojos y las orejas para que no se te llenen de arena e ir cruzándola paso a paso. Y en su interior no hay sol, ni luna, ni dirección, a veces ni siquiera existe el tiempo. Allí sólo hay una arena blanca y fina, como polvo de huesos, danzando en lo alto del cielo. Imagínate una tormenta como ésta.

Me imagino una tormenta como ésa. Un blanco remolino que apunta al cielo, irguiéndose vertical como una gruesa maroma. Mantengo los ojos y las orejas fuertemente tapados con ambas manos, para que la fina arena no se me meta en el cuerpo. La tormenta se acerca deprisa. Desde lejos puedo sentir la fuerza del viento en la piel. Va a engullirme de un momento a otro.

El chico llamado Cuervo posa con suavidad una mano sobre mi hombro. La tormenta de arena se desvanece. Pero yo continúo aún con los ojos cerrados.

–Tú, ahora, tendrás que ser el chico de quince años más fuerte del mundo. Sólo así lograrás sobrevivir. Y, para ello, deberás comprender por ti mismo lo que significa ser fuerte de verdad. ¿Entiendes?

Me limito a permanecer callado. Me gustaría hundirme poco a poco en el sueño sintiendo su mano sobre mi hombro. Un tenue aleteo llega a mis oídos.

–Tú, ahora, pronto te convertirás en el chico de quince años más fuerte del mundo –me repite al oído en voz baja el joven llamado Cuervo mientras me dispongo a dormir. Como si tatuara con tinta azul oscuro estas palabras en mi corazón.

Y tú en verdad la cruzarás, claro está. Esta violenta tormenta de arena. Esta tormenta de arena metafísica y simbólica. Pero por más metafísica y simbólica que sea, te rasgará cruelmente la carne como si de mil cuchillas se tratase. Muchas personas han derramado allí su sangre y tú, asimismo, derramarás allí la tuya. Sangre caliente y roja. Y esa sangre se verterá en tus manos. Tu sangre y, también, la sangre de los demás.

Y cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida. ¡No! Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya cesado de verdad.

Pero una cosa sí quedará clara. Y es que el tú que surja de la tormenta no será el mismo tú que penetró en ella. Y ahí estriba el significado de la tormenta de arena."





Haruki Murakami, "Kafka en la orilla"